Lo justo sería repartir entre los tres… pero hubiera sido un error
En Roma, heredar no era simplemente repartir bienes. Era una institución clave dentro del Derecho.
Desde la época republicana, el Derecho de sucesiones regulaba con bastante precisión cómo debía organizarse la transmisión del patrimonio familiar tras la muerte del paterfamilias. No solo se heredaban propiedades, también se heredaban cargas, deberes y posición.
Este sistema fue perfeccionado durante siglos y culminó en el siglo VI d.C. con la obra del emperador Justiniano I, que ordenó recopilar todo el Derecho romano en lo que hoy conocemos como el Corpus Iuris Civilis. Dentro de él, el Digesto reunía los fragmentos más brillantes de juristas clásicos como Ulpiano, Gayo o Paulo. Lo chulo de esto es que esa recopilación, hecha hace casi 1.500 años, sigue siendo la base de nuestra legislación con respecto a herencias.
Lo que hoy llamamos testamento, herederos, legados o sucesión intestada… ya estaba ahí.
Y aunque el tiempo ha cambiado formas y detalles, el núcleo del Derecho de sucesiones que aplicamos hoy en España sigue bebiendo de esa fuente romana.
Si lo piensas fríamente, es impresionante.
Pero con la caída del Imperio y el caos de la Edad Media, algo cambió de forma radical y durante siglos, las herencias dejaron de pensarse solo desde la ley y entraron en juego otras fuerzas: la estrategia, el linaje, la jerarquía… y la supervivencia.
Un ejemplo muy claro lo encontramos en el siglo XI, con Bretislav I de Bohemia, uno de los grandes artífices del poder medieval en esa zona de Europa.
Bretislav tuvo varios hijos. Y como tantos padres de su época, entendió que dividir su legado era la forma más rápida de destruirlo. Así que tomó una decisión difícil, pero práctica:
Al primogénito, Spytihněv, le entregó el Ducado de Bohemia, el núcleo del poder.
A los hijos intermedios (Vratislaus, Conrad, Otto) les asignó territorios menores en Moravia: apanages, territorios de poca importancia estratégica y militar, lo justo para que tuvieran título, pero sin fuerza para rivalizar con el mayor.
Al más joven, Jaromír, lo envió directamente a la Iglesia y acabó siendo obispo de Praga. No heredó tierras, pero sí obtuvo seguridad, educación, prestigio y un lugar propio.
¿Era justo?
Desde nuestra mirada actual, probablemente no.
Pero si Bretislav hubiera dividido el reino en partes iguales, habría sembrado el conflicto. Lo más probable es que sus hijos hubieran terminado enfrentados… y que el mapa que hoy conocemos no se pareciera en nada al que él logró preservar.
La unidad del patrimonio fue su escudo, la desigualdad, su precio.
Y ahí está la verdadera lección.
No basta con repartir por igual si no se entiende que los hijos no han vivido igual, no han hecho lo mismo, ni tienen las mismas necesidades. La justicia real no siempre pasa por dividir a partes iguales.
En realidad, lo que se hizo bien entonces fue evitar que los hermanos se convirtieran en copropietarios de un mismo patrimonio. Porque eso, incluso hoy, sigue siendo un generador de conflictos.
Ese dilema sigue vivo hoy, en muchas familias:
¿Cómo mantener la unidad sin romper los afectos?
¿Cómo ser justo sin aplicar la misma regla para todos?
La buena noticia es que hoy sí se puede:
Puedes evitar que tus hijos se vean obligados a compartir un piso, una finca o un negocio que no saben ni quieren gestionar juntos.
Y al mismo tiempo, puedes compensar a cada uno teniendo en cuenta su camino, su historia y su situación.
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Ángel Seisdedos